Me he vuelto loca buscándolo por internet pero nada.. Así que a falta de hacer algo mejor lo transcribiré aquí (:
UNA CHICA CON SUERTE
Cuando vio una sombra agazapada en su portal, se asustó. Era bastante tarde y por un instante se arrepintió de no haber aceptado la oferta de sus amigas, que pretendían dejarla en la misma puerta. Pero aquella sombra tenía contornos familiares, misteriosamente conocidos incluso en la penumbra, así que siguió avanzando con cautela mientras su visitante nocturno avanzaba hasta conquistar la luz de una farola.
-¿Y tú qué haces aquí?
Era el novio de la que había sido su mejor amiga, y algo más. Veinticuatro horas después sería su marido. Ella le había conocido antes, y algo más. Alto, guapo, jugador de baloncesto, él había sido su primer novio. Había estado enamoradísima de él, había sufrido enormemente por su pérdida, y había necesitado toda su inteligencia, toda su sangre fría, toda su sensatez para encajar la noticia de que su mejor amiga la había reemplazado tres meses después. Lo había pasado mal. Lo había pasado tan mal que durante una temporada se había encerrado en casa a cal y canto, para no tener que afrontar la crisis sentimental que implicaría romper con ella, el quebranto amoroso que representaría verlos juntos, el desastre general en el que sentía que se había convertido su vida.
Casi un año después, cuando ya le había dado tiempo a cansarse de aquella rutina asfixiante, de casa al trabajo y del trabajo a casa, conoció a Martín, el cuñado de una compañera de la oficina, un genio informático, le contó, capaz de resucitar cualquier ordenador. El suyo se había muerto, así que le llamó y le extrañó que le pusiera tantas pegas, es que ahora estoy muy liado, a ver si el fin de semana, de verdad que no sé si voy a poder... Le rogó, le lloró, se puso tan pesada que consiguió que fuera a casa un sábado a las nueve de la noche. A él arrancar su ordenador no le llevó más de tres cuartos de hora. A ella, comprender su error, apenas un instante.
¿Cuánto te debo? Él se la quedó mirando, se echó a reír y contestó con otra pregunta: ¿a mí...? Cuando le explicó que su profesión no consistía en arreglar ordenadores, era que era programador, que se dedicaba a diseñar software que había ido a su casa sólo por curiosidad, para ver la cara de la chica más petarda con la que había hablado en su vida, ella se puso colorada, se excusó de todas las maneras que conocía y le preguntó cómo podría compensarle. Él volvió a contestar con una pregunta: ¿cómo tienes la nevera? Por culpa de la avería que acababa de reparae, no le había dado tiempo a hacer la compra, así que se quedó a cenar. Y a dormir. Y a desayunar.
Ella siempre se había sentido desafortunada, quizá porque su antigua mejor amiga, la que la sustituyó en el corazón del jugador de baloncesto, siempre había tenido un poco más -dos centímetros de estatura, una décima en el expediente, unos cientos de euros en el sueldo- o un poco menos -una talla, granos en la cara, curvas en las caderas- que ella. Sin embargo, cuando conoció a Martín no se comparó, ni lo comparó con la pareja perfecta que tanto la había atormentado. Se enamoró de él, y ya. Era más bajo, menos delgado, ni guapo ni feo, y ganaba menos que el exdeportista aunque, eso sí, trabajaba por su cuenta, sin horarios ni jefes. Era, además, listísimo, brillante y muy divertido. Por eso no sólo decidió casarse con él, sino invitar a su exmejor amiga y a y su novio a la boda.
¿Te casas? ¡Ah, qué casualidad! ¿Y cuándo? ¡Ah, qué casualidad! La tercera casualidad fue la vencida, porque cuando se encontraron en la misma tienda, las dos habían elegido el mismo modelo. Pero tú te casas por lo civil, le dijo la mujer afortunada, ¿no? Y este es un traje más de iglesia, creo yo... Aquella situación le habría roto los nervios si un par de días antes de que se cumpliera el plazo de la primera prueba no se hubiera enterado de que no iban a renovarle el contrato. ¿Es que no es para echarse a llorar -se preguntó a sí misma- que ella tenga siempre tanta suerte y yo tan poca...? La primera sorprendida al concluir que no, que no pasaba nada por casarse con un traje corriente, fue ella misma. ¿Pero por qué?, le preguntó Martín, yo te lo regalo, ése y otro más caro si quieres, ¿para qué quiero yo el dinero?, cómprate el traje que te dé la gana... Que no, y cuando lo dijo estaba misteriosamente contenta, no me hace ninguna falta, de verdad.
La víspera de su boda, cuando salió a celebrarlo con sus amigas, estaba encantada con su vestido, blanco, veraniego, precioso y baratísimo. Hasta que se encontró con el novio de la chica más afortunada que había conocido en su vida esperándola en el portal de su casa.
Cuando él le dijo que sabía que nunca había dejado de estar enamorada de él y que había venido a verla para que se despidieran sin que nadie se enterara, se echó a reír.
Ni siquiera se molestó en contestar aquella oferta, y mientras le dejaba plantado debajo de la farola comprendió por fin cuál tenía más suerte de las dos.
Almudena Grandes
¿Cuánto te debo? Él se la quedó mirando, se echó a reír y contestó con otra pregunta: ¿a mí...? Cuando le explicó que su profesión no consistía en arreglar ordenadores, era que era programador, que se dedicaba a diseñar software que había ido a su casa sólo por curiosidad, para ver la cara de la chica más petarda con la que había hablado en su vida, ella se puso colorada, se excusó de todas las maneras que conocía y le preguntó cómo podría compensarle. Él volvió a contestar con una pregunta: ¿cómo tienes la nevera? Por culpa de la avería que acababa de reparae, no le había dado tiempo a hacer la compra, así que se quedó a cenar. Y a dormir. Y a desayunar.
Ella siempre se había sentido desafortunada, quizá porque su antigua mejor amiga, la que la sustituyó en el corazón del jugador de baloncesto, siempre había tenido un poco más -dos centímetros de estatura, una décima en el expediente, unos cientos de euros en el sueldo- o un poco menos -una talla, granos en la cara, curvas en las caderas- que ella. Sin embargo, cuando conoció a Martín no se comparó, ni lo comparó con la pareja perfecta que tanto la había atormentado. Se enamoró de él, y ya. Era más bajo, menos delgado, ni guapo ni feo, y ganaba menos que el exdeportista aunque, eso sí, trabajaba por su cuenta, sin horarios ni jefes. Era, además, listísimo, brillante y muy divertido. Por eso no sólo decidió casarse con él, sino invitar a su exmejor amiga y a y su novio a la boda.
¿Te casas? ¡Ah, qué casualidad! ¿Y cuándo? ¡Ah, qué casualidad! La tercera casualidad fue la vencida, porque cuando se encontraron en la misma tienda, las dos habían elegido el mismo modelo. Pero tú te casas por lo civil, le dijo la mujer afortunada, ¿no? Y este es un traje más de iglesia, creo yo... Aquella situación le habría roto los nervios si un par de días antes de que se cumpliera el plazo de la primera prueba no se hubiera enterado de que no iban a renovarle el contrato. ¿Es que no es para echarse a llorar -se preguntó a sí misma- que ella tenga siempre tanta suerte y yo tan poca...? La primera sorprendida al concluir que no, que no pasaba nada por casarse con un traje corriente, fue ella misma. ¿Pero por qué?, le preguntó Martín, yo te lo regalo, ése y otro más caro si quieres, ¿para qué quiero yo el dinero?, cómprate el traje que te dé la gana... Que no, y cuando lo dijo estaba misteriosamente contenta, no me hace ninguna falta, de verdad.
La víspera de su boda, cuando salió a celebrarlo con sus amigas, estaba encantada con su vestido, blanco, veraniego, precioso y baratísimo. Hasta que se encontró con el novio de la chica más afortunada que había conocido en su vida esperándola en el portal de su casa.
Cuando él le dijo que sabía que nunca había dejado de estar enamorada de él y que había venido a verla para que se despidieran sin que nadie se enterara, se echó a reír.
Ni siquiera se molestó en contestar aquella oferta, y mientras le dejaba plantado debajo de la farola comprendió por fin cuál tenía más suerte de las dos.
Almudena Grandes